lunes, 29 de agosto de 2011

LOS PÁJAROS

Los pájaros subrayan todas las pérdidas que, inesperadas o tiernas, a veces en goteo y otras en cascada, caen desde siempre sobre mí.
Así fue con el gorrión que vi posarse ingrávido sobre el hombro del abuelo el día que murió sentado en su balancín. O la golondrina muerta que la gata depositó sobre la alfombra justo en el instante en el que un motorista atropellaba a papá a cien metros de casa.
Sigue vivo en mí el recuerdo del paritorio, y de aquel cartel publicitario desde el que una lechuza anunciaba la apertura de un centro de urgencias nocturno. Así me despedí, mirando los ojos de la lechuza y a empujones imposibles, de mis nueve meses de embarazo.
Por eso anoche no me extrañó el anuncio: tras la fiebre de los abrazos, después de decantarte en mí, me llegó la certeza de tu adiós casi como un alarido tangible. Al levantarme para ir al baño, observé en la mancha que había resbalado de mí sobre la sábana, la forma precisa y nítida de un cuervo.

domingo, 21 de agosto de 2011

SUSPENDIDO POR LOS PELOS

Un pelo endemoniado crecía desafiante en mi barbilla. Advertí que había alcanzado los dos milímetros mientras intentaba convencer a un jurado de que era apta para la única plaza de catedrática de Historia Contemporánea convocada para ese año. Durante varios meses preparé a conciencia mi disertación sobre los peligros de la introducción de la escritura en pueblos indígenas de cultura ágrafa. Al tocar la punta del pelo tieso supe que ya no había nada que hacer. El resto de la exposición fue subrayado por las muecas de mi cara al acompañar los vanos esfuerzos por arrancar el pelo haciendo pinza entre las uñas de los dedos corazón y el pulgar. Era un pelo grueso y escurridizo, de raíz profunda, plantado con la mayor descortesía en medio de mi barbilla. Y desde su aparente insignificancia pedía mi total atención. La obtuvo. Corté en seco mi ineficaz discurso y tras varios intentos conseguí mi propósito. Con el pelo por fin atrapado entre las uñas sonreí al público. Me detuve a observar con detenimiento su gruesa raíz, con enorme, orgánico placer. Lo sacudí con una pequeña fricción de los dedos, recogí los papeles que había apilado sobre la mesa y, con paso firme y decidido, bajé los dos escalones del estrado.

miércoles, 3 de agosto de 2011

LA OTRA

La luz de la tarde se empeñaba en emborronar los contornos de las cosas como si se propusiera adecuarlos a la exigencia del escenario impreciso de los sueños. Adela dormitaba sobre el sofá mientras su madre se ocupaba de cepillarle el pelo. Había algo mecánico, muy placentero para ambas, en aquel acto realizado con incontestable rigor. Se oyó la cerradura de la puerta. Álvaro entró cargado de bolsas y ni siquiera las besó, se limitó a un ¿cómo están mis reinas? Era raro en él, tan atento siempre con las que él llamaba “sus mujercitas” El silencio llegaba cargado de información. Sonó el teléfono y Álvaro acudió de inmediato a contestar, para después encerrarse a hablar desde su dormitorio. El suave, acaramelado tono de voz les llegaba como el murmullo de un presagio, un leve pellizco de orfandad. Miau, dijo Adela moviendo el rabo. Miau, miau, dijo su mamá.